«Como cada tarde de Domingo», porque me da vergüenza decir «como todas las tardes» me encontraba durmiendo mi siesta tardía, de esas que echas una vez que terminas la comida en lo mejor de los casos, aunque amenudo, a veces…. no me nutro nada y nada cae en mi estomago, solo rebusco entre el pasto y los cubos de basuras. Aunque por aquí hay pocos, cubos de basura, claro…. y tengo que mendigar algo que llevarme a la boca con una mirada fija y penosa que llevo ensayando durante años y que suele surtir efecto… coloco mis ojos lagrimosos frente a mi adversario, con un ensayo teatral de bajada de cabeza repostado o sentado. Mirada fija y tierna… esa es la clave que me enseño mi gran amigo Duncan.
Porque ya la calle no es lo que era en cuanto a manjares culinarios o desperdicios callejeros. Ya se encargan las aves rapiñeras, esas hijas de putas, de alimentarse aprisa para no dejar ni el tuétano de los huesos. Y no sera porque lo intento, porque mira que vagabundeo por lugares y sitios, de un lado para otro, corriendo sin cesar y persiguiendo mi comida… pero no siempre se gana y si casi siempre mi hueco estomacal aumenta.
Allí estaba yo, tumbado bajo mi árbol preferido, en este pantanal, en los Esteros del Ibera, de Argentina…. protegido de ese sol despiadado de alto contenido de radiación, y que solo los de aquí sabemos como aprieta el jodio, ya que te saca hasta las entrañas de sudor que puede existir bajo mi lengua jadeante, goterosa y temblorosa. Este sol abrasador que hace que eche de menos los fríos meses de agosto. En estos momento, si eres parte del otro hemisferio habrás pensado «…. de agosto ?….» si de agosto.
Ese grupo de arboles me cobija desde hace ya años…desde que tengo uso de razón, pensar y olvido, y porque no decirlo, desde que mi madre me pario allí junto al tronco caído en una noche de lobos de esas que incluso al mas temoso pitbull le harían meter el rabo entre las piernas, con mis brocanos hermanos, tres machos bravíos y cuatro hembras hermosas, que apenas veo en estos siete años por circunstancias de la vida. Y no porque no quiera o sea un descastado, que lo soy, sino por razones de trabajo y de identidad, aunque si bien es cierto que soy un poco cohibido a relacionarme debido a mis traumas de niñez siguen tratándome así. Sonara un poco populista eso de echar la culpa a algo… pero en este caso es verdad…
Tres de mis hermanas murieron en la carretera, …algo triste, pero cuando te pasas la vida andando por el arcén, corriendo como disfrute alocada, no teniendo que pensar, puede ocurrir que los coches no respetan todas la reglas. La otra, la tercera, de mis hermanas perras, de rara vez me la cruzo. De vez en muy en cuando, cuando voy al pueblo, la veo en una esquina prostiuyendose por un pobre bocado,… veo a grupos de jóvenes lamiéndose los labios observándola y ella, como todas aquellas que saben que tienen el don de atraer se exhibe con deleite. Ya se que es muy perra, pero es mi hermana y a escondidas, en nocturnidad, intento protegerla de maleantes perdedores al muy estilo sparring de circo, porque la sangre es la sangre.
De mis hermanos brabucones solo veo a uno, los otros dos cuando eran muy jóvenes, en su niñez, fueron retirados de las calles y mas tardes dados a la muerte….. y no es que no tenga corazón, que lo tengo… y no es que no tenga sentimientos, que también, pero no hubo mucho lazo de amistad consanguinie entre nosotros.
Del tercero, «El mestizo», suelo mantener la comunicación… una vez al año, si al año o a lo sumo dos, quedamos para recordar y contarnos anécdotas de nuestras perras vidas, de esas que te hacen temblar las patas traseras y de esas que te hacen ponerte el rabo entre las piernas…. los dos rabos, porque terminamos siempre con «perras»… «ya me entendes».
Los ojos los tengo ya medio caídos, aunque siempre duermo con uno medio alerta por eso de las alimañas y los toros bravíos. Que aquí abundan, y sobran… porque entre anacondas y yacares ya uno no se siente tranquilo y menos mal que hay menos, pero hay que estar alerta…. ya uno esta mayor y hasta pensar piensa menos.
Son las cuatro de la tarde, sigue haciendo calor y un tipejo con un pañuelo en la cabeza sudoroso me despierta con sus zancadas. Que diablos hace aquí ese tipo… nunca vi nada semejante por la zona.
Le ladro, me pongo en pie y sigo ladrandole y corro tras el, envalentonandome y enseñando los colmillos cual fiera aparento ser, como protegiendo y vigilando el lugar de mi amo, de mi siesta en verdad. El, pese a llevar unos cables blancos colgados de sus diminutas oreja me oye y se da la vuelta…. ¡¡carajo ¡¡¡ se fue el factor sorpresa ¡¡¡
Mantenemos una conversación seria.
Yo ladro fuerte…. el más ¡¡¡
Pero al final vence el dolor de la piedra que me lanzó … «Sos un hijo de reputa… lo sabess pelotudo?… la concha de tu madre».
Y es que esa piedra dolió, aunque aquí sigo acostado durmiendo mi siesta. Y es que los humanos tienen una frase que oigo amenudo: «Perro ladrador, poco mordedor».
Asi que aqui recostado vuelvo a meditar de mi perra vida… claro que peor hubiera sido decir de mi «humana vida», porque correr por correr …. no es de perro. Y el tipejo ya pasó como Agua que pasa, agua que fue y ya no va a volver.